Autor: Fernando J. Ferreyra

Si bien los seres humanos han consumido sustancias psicoactivas desde hace decenas de miles de año, el uso de estas sustancias no siempre fue percibido como un problema social; aparece como tal sólo recientemente en la historia de la humanidad, a fines del siglo XIX y principios del siglo XX.

Históricamente, el consumo de sustancias psicoactivas estaba íntimamente ligado a factores culturales.  Con el tiempo, y coincidiendo con cierta secularización de la medicina, basándose en las ideas de Hipócrates y Galeno  aparece un nuevo uso de sustancias psicoactivas; el phármakon, que indica a la vez la idea de remedio y veneno, donde la frontera estaba dada por el uso que las personas hacían de las sustancias, específicamente de la dosis utilizada.

Con el tiempo la fusión del Imperio romano y la Iglesia trae aparejada la desaparición del concepto de phármakon; y tan sólo el simple uso de cualquier planta, hongo o arbusto utilizados con frecuencia en las religiones pre-cristianas comienza a relacionarse con actividades satánicas y heréticas, se desencadena entonces, la persecución, el castigo, la tortura, y la muerte de personas que utilizan sustancias psicoactivas diferentes del vino, única sustancia psicoactiva legitimada por la liturgia cristiana. A partir de las cruzadas y el consecuente conocimiento de la medicina árabe y su rica farmacopea, las sustancias psicoactivas comienzan a reinstalarse lentamente en Europa de la mano de prácticas médico-terapéuticas, y de esta forma renace la farmacología como una disciplina separada de la magia, la brujería y la hechicería.

Habrá que esperar hasta principios del siglo XIX para que los vegetales dejen de poseer características místicas o mágicas para comprenderse desde sus principios químicos, y a partir de este momento son pasibles de ser investigadas, utilizadas con fines terapéuticos y por ende comercializadas. Son los laboratorios europeos que producen y comercializan legalmente casi la totalidad de las sustancias psicoactivas descubiertas hasta el momento, como la morfina, la heroína, la cocaína, el éter y el cloroformo, entre otras.

Hacia el año 1900 todas las drogas conocidas hasta el momento se encuentran a la venta en todas las farmacias europeas, americanas y asiáticas. Existe un uso generalizado de dichas sustancias, y aunque se registran casos de adicción aislados, su existencia no supone un problema social, ni sanitario, ni jurídico, ni policial. Con el tiempo en los Estados Unidos a fines del siglo XIX y principios del siglo XX la moral protestante vigente en los siglos XVIII y XIX hace de la abstinencia una obligación moral para el ser humano, pretendiendo proteger a los hombres de sus propios excesos; nace así el prohibicionismo de orden sanitario y social, esto que hace del consumo de sustancias no sólo un problema de salud, sino uno de orden público y de seguridad ciudadana, construyéndose de esta forma, una concepción moral del problema que será trasladado poco a poco a otras latitudes del mundo.

Desde entonces se generó una preocupación creciente por regular la producción, el tráfico y el consumo de otras sustancias, dando lugar a una multiplicidad de convenciones, convenios y acuerdos internacionales que se suceden hasta nuestros días. La Convención de La Haya de 1912 es el puntapié del movimiento prohibicionista, la prohibición, genera mayores inconvenientes la creación del mercado negro; delincuente que desafían la ley a través del consumo clandestino y surge así el pujante negocio del narcotráfico.

El espíritu prohibicionista se cristaliza con la firma de la Convención de Ginebra en 1931, donde se establece formalmente la lucha contra el consumo de sustancias y en 1988 se aprueba en Viena una nueva Convención contra el tráfico ilícito de estupefacientes y sustancias psicotrópicas, cuyo principal objetivo será la represión del tráfico y considerar como delitos la producción, comercialización, adquisición y tenencia de sustancias ilegales. La mencionada evolución de la legislación prohibicionista internacional tiene su correlato en la legislación penal de nuestro país y en 1989 se sanciona la ley N° 23737, actualmente vigente.

Las drogas y el problema asociado a su consumo están íntimamente ligados a las sociedades capitalistas, impregnadas de atribuciones y significaciones que se construyen en la trama socio-histórico-cultural que en suma, delimitan y definen lo que en una sociedad o época determinada se considera un problema social.