Estamos ante la construcción de un nuevo modelo social que nos exige: adaptación inmediata, normalización improvisada y reconocimiento de habilidades y recursos disponibles en un contexto crítico y cambiante sin instrucciones, antecedentes, ni manual de funciones.

Desde el inicio de la cuarentena impulsada por el gobierno nacional el 20 de marzo 2020, con una medida excepcional que establece el aislamiento social de manera preventiva y obligatoria, en la que sólo pueden realizarse desplazamientos mínimos indispensables; y, hasta el día de la fecha -con algunas flexibilizaciones-, transitamos un proceso de reformulación de las interacciones sociales y comportamientos que fueron requeridos y se imponen como condición necesaria para evitar el contagio masivo en el marco de la pandemia por covid.-19.

No estoy diciendo nada que usted no sepa, pero en este apartado intento enfatizar que el punto de inflexión y conflicto tiene nombre y apellido: la reconfiguración involuntaria de las tramas vinculares bajo el decorado #QuedateEnCasa.

Se redujo el contacto, y con ello principalmente los intercambios de naturaleza afectiva, social y económica. Por eso, para no hacerle invitaciones optimistas-reflexivas ni romantizar la paradoja sobre que “el confinamiento es la forma de vernos otra vez”, considero prioritario pasar en limpio que la medida del Estado pretende reducir los daños, evitando el colapso del sistema de salud para garantizar el derecho a recibir una atención oportuna y de calidad para que todas y todos los ciudadanos -o al menos la mayoría- salga vivo de esto.

Partiendo de este nuevo escenario parido por la emergencia sanitaria, la realidad nos exhorta a construir una visión compartida que impulse el alcance de objetivos comunes. Pero ¿Qué es lo que queremos como sociedad? ¿Cómo alcanzar ese estado deseado sin la existencia de recomendaciones sólidas y persistentes, siendos víctimas del hartazgo, de las consecuencias de la soledad padecida y el impulso de retomar los vínculos afectivos que delimitan nuestra identidad?

Le propongo avanzar hacia la nueva normalidad desde la conciencia social pero sin hipocresía. No existe un órgano de revisión para controlar su responsabilidad, ni fiscales ocupándose de su autocuidado. Salió sin su barbijo o se lo colocó para no ser sancionado? No le recuerda a usar el casco o el cinturón para no ser multado? Esquivó astutamente los controles para visitar a un ser querido? No le recuerda a pasar en rojo desapercibidamente? Cuando volvió a su casa acaso fantaseó inmortalidad u omnipotencia? Porque no lavó sus manos por 40 segundos como recomienda la OMS. En el noticiero porteño escuchó que Argentina alcanzó su pico de contagios en lo que va de la pandemia pero claro, no es un número proporcionalmente significativo, el contagiado no es usted, ni su pariente y además su juventud no lo ubica en la población de riesgo; tiene muchas probabilidades de seguir vivo. Usted es asintomático? No lo sabe, sin embargo sigue exponiendo a su familia y amigos -a quienes declara amar-, por no poder resignar su impulso afectivo de gratificarse con su compañía. Ya se cansó de postergar el reencuentro porque la ausencia se ha vuelto intolerable. Pues bien, quiero decirle que eso que le pasa a usted, probablemente es lo que nos  sucede a muchos; estamos viviendo la cuarentena con culpabilidad, riesgo, sufrimiento y temor.

Resulta que asumir la conducta apropiada a nivel colectivo es una cruel censura para el ser individual, lo cual nos lanza a un vacío de contradicciones, una especie de emboscada que desencadena consecuencias trágicas a nivel subjetivo. Si hago lo que siento, falto a lo que debo, pongo en riesgo a los más vulnerables y contribuyo a empeorar el panorama. Por el contrario, si hago lo que debo (lo que la norma indica) me veo ante la oportunidad de reconfigurar creativamente los vínculos otorgándole un nuevo sentido e inéditas formas de expresión, obtengo una experiencia enriquecedora, evito provocar consecuencias irreversibles y asumo que la temporalidad de la pandemia es directamente proporcional a mi grado de compromiso por el bien del otro, que al fin y al cabo es el mío también y que en otras palabras se denomina CONCIENCIA SOCIAL.

Es una decisión asumir que “el aislamiento es una acto de amor heróico, paradójico y responsable sin precedentes, en el que resignamos estar juntos para volver a estarlo. Hasta aquí, la mejor manera de amarnos había sido la compañía incondicional y la presencia respetuosa, pero jamás la ausencia.
Quedarnos en casa no es un desencuentro. Es un acto de protección, de resguardo, de sanación profunda, de libertad resignificada…
En algún sentido la reconfiguración involuntaria de los vínculos suscitada por la nueva normalidad, constituye una oportunidad para EJERCER la conciencia social…(y no sólo pretenderla) y en otras palabras quizás sea la única manera de salir de esto sin barbijos.
Cómo quiere salir usted?